En un principio los grupos humanos se movían de un lugar a otro siguiendo los animales y plantas que los proveían de alimento. En algún momento aprendimos a cultivar las plantas que nos alimentaban y quizá poco más adelante aprendimos a criar los animales en lugar de cazarlos. Así, ya no fue necesario moverse de un lugar a otro y la humanidad pudo establecerse en lugares específicos para, posteriormente, dar lugar a la civilización. En algún punto en medio de todo esto, aprendimos a hacer bebidas fermentadas. Se sabe que desde hace aproximadamente 9000 años ya se elaboraban bebidas utilizando miel, arroz y fruta (por cierto, las bebidas con este tipo de ingredientes -principalmente miel, con agregados de granos y fruta, entre otros- se conocen como “hidromiel” o “mead“, en inglés).
No sabemos exactamente cómo se creó la primera bebida fermentada, pero no es difícil imaginar que, en un feliz accidente, algo de miel se diluyó en agua, la mezcla fermentó y algún tiempo después algún afortunado disfrutó la bebida. Con el paso del tiempo aprendieron cómo repetir el proceso y se fueron agregando ingredientes para lograr un sabor más agradable, logrando que las reuniones después de la caza fueron mucho más entretenidas.
Más o menos al mismo tiempo, y también gracias a la fermentación, aprendimos a hacer pan. Se discute mucho si fue el pan o las bebidas fermentadas lo que nos motivó a desarrollar la agricultura, pero definitivamente las bebidas fermentadas son parte muy importante de nuestra civilización y de nosotros mismos. Tanto es así, que prácticamente todas las culturas tienen su propia bebida fermentada e, indiscutiblemente, cada bebida nos dice mucho de su gente, de su cultura y de su historia.
En próximos artículos platicaremos más de cómo evolucionaron las bebidas fermentadas a través de la historia y de cómo nació la cerveza tal cual la conocemos hoy.
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